Privilegiados anuncian huelga
Como en el mito de los lemmings corriendo hacia el abismo, Costa Rica se repite en los gestos que apuntalan la definición de una sociedad incapaz de detenerse en el camino hacia una crisis terminal.
EDITORIAL
Hace dos años escribíamos una amarga poesía sobre los derechos adquiridos, reduciendo a la esencia un artículo de Juan Carlos Hidalgo publicado en esos días en Elfinancierocr.com.
Ahora
los sindicatos de funcionarios públicos costarricenses amenazan con iniciar una huelga por tiempo indeterminado, para evitar la aprobación legislativa de un paquete de impuestos que busca reducir el déficit fiscal que sobrepasa el 50% del PIB. Ese déficit en las cuentas del Estado tiene como origen principal el crecimiento desmesurado del monto a pagar en salarios estatales que duplican los pagados en el sector privado. Además, en años anteriores
el Estado se vio obligado, para poder pagar esa desorbitada plantilla estatal, a pedir dinero prestado que hoy tiene que devolver, pidiendo para hacerlo más préstamos a intereses naturalmente cada vez más altos. Es un pernicioso proceso que ya hemos visto en otros países con irresponsabilidad gubernamental similar, como Grecia o Argentina.
Aun aprobándose ese mínimo paquete,
la economía de Costa Rica está tan afectada por ese déficit fiscal y por la pérdida de competitividad de los bienes y servicios que produce, que sería necesario un ciclo de bonanza de más de 5 años con crecimientos superiores al 5% anual -algo impensable en el actual contexto mundial- para poner en salud las cuentas del Estado. El enfermo ya tiene pocas expectativas de curación, y se acerca a la fase terminal. Por supuesto que
los países no mueren, y por supuesto que no son los sectores más ricos los que sufren cuando se entra en la crisis terminal. Son los pobres que aumentan al 50 o 60% de la población, mientras que el desarrollo general de la economía retrocede 10 o más años.
El diagnóstico de la enfermedad de Costa Rica es claro, y lo explica Juan Carlos Hidalgo citando al francés Frédéric Bastiat: el
Estado es "la ficción jurídica mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás". Grandes sectores del funcionariado público han concretado ese propósito auto recetándose remuneraciones de privilegio sin relación alguna con criterios de productividad o eficacia. Y
a ese status quo lo llaman "derechos adquiridos", ficción de la que el estamento judicial también se beneficia, avalando sin pudor su legalidad como absoluta. Como ejemplo de la irracionalidad del actual estado de las cosas, baste señalar que
los funcionarios que hagan huelga continuarán percibiendo sus salarios sin mengua alguna, mientras que los ciudadanos costarricenses no funcionarios públicos sí se verán perjudicados, no sólo porque no recibirán los servicios por los que pagan impuestos, sino por la afectación general a la economía que genera la huelga.
Para poner en la perspectiva correcta esos "derechos adquiridos", simplemente hay que considerar a aquellos que no los tienen, en especial a aquellos que laboran en el sector privado, esos que sus remuneraciones dependen su productividad y de la buena salud de la empresa para la que trabajan. Esos,
los trabajadores de la economía real, los que no tienen "privilegios adquiridos", tampoco tienen en Costa Rica sindicatos fuertes que los defiendan. Son el "mudo sin nombre" de la alegoría que hoy volvemos a publicar, ya que mantiene plena vigencia.
“Derechos adquiridos” o El Jardín de los Locos
En una brillante primavera el jardín floreció glorioso y todos querían flores. Dijo Juan “- Yo merezco 10”, y el jardinero le dio 10. “- Yo quiero llevarme 11” dijo Pedro, y le concedieron 11. “- Exijo 12” protestó Manuel, y le garantizaron 12. “- Quiero 13” gritó José, y obtuvo sus 13. Muchos reclamaron así, y obtuvieron. Al final quedó una flor ya algo mustia que le fue otorgada a un mudo sin nombre. Y el jardinero fue aclamado por su generosidad.
Pero en la siguiente primavera el jardín produjo muchas menos flores, pese a lo cual Juan pretendió llevarse sus 10, Pedro sus 11, Manuel sus 12, y José sus 13 flores. “- Eso es lo que nos corresponde” gritaban. “- Es nuestro derecho” alegaban. Y contrataron un abogado que presentó una demanda para que el jardinero entregara lo que por “derecho adquirido” les pertenecía. Y el juez, que era Manuel, falló a favor de los demandantes.
El primero en volverse loco fue el jardinero, que no tenía flores suficientes para cumplir con la sentencia judicial. Luego comenzaron a desvariar todos los demás, que al grito de ¡derechos adquiridos!, deambulaban por el jardín dándose puñetazos en la arrebatiña de las pocas flores disponibles.
El mudo sin nombre, a un costado y con las manos vacías, miraba sin entender nada.
Jorge Cobas González, Director fundador de CentralAmericaData.