Un proceso sin conducción de elites
Entre resistencia, miedo, confusión y asomo al cambio.
— Edgar Gutiérrez
Desde hace un par de años las elites tradicionales no tienen propuesta para la sociedad. Hasta 2015 llevaron la iniciativa, y había proyectos de distinto alcance y particular énfasis. Aunque los temas siguen colgados, la energía se concentra en resistir, eludir o mitigar el atropellado alud de la justicia penal y tributaria.
Se movió el piso sobre el que encaminaron la política desde 1993, y la arquitectura del Estado capturado en los centros nerviosos desde donde regulan la competencia del mercado.
Esas elites han sido el corazón del sistema y no se van a suicidar –civilmente hablando– salvo personajes, como el alcalde Arzú, cuyas operaciones ya hicieron metástasis en ese sistema. Por eso su hijo, hecho presidente del Congreso, por la fuerza de la presión y el encanto de la conveniencia restauradora del viejo orden, rechaza la iniciativa de Ley de Aceptación de Cargos. El papá, sospechoso de daños graves y continuados a la administración pública no saldría beneficiado, a diferencia de otros integrantes de las elites tradicionales, bajo la lupa del financiamiento ilícito electoral.
Cual tropa loca, los diputados se mueven pendularmente. El 15 de septiembre pasado temían que la Plaza los crucificara, pero hoy se saltan las trancas y sin prurito quieren calificar –sin filtro judicial– ellos mismos los antejuicios. Y en el cuarto intermedio dicen tener miedo de pasar la Ley de Aceptación de Cargos o siquiera entrar por la puerta que les abrió la CC para revisar la normativa de financiamiento electoral.
La situación, en efecto, les resulta incómoda, pero no hay alternativa.
El cabildeo puede atraer a algunos, pero por poco tiempo. Jerusalén tiene una renta baja y el costo del aislamiento, pues ninguna comunidad internacional sensata va a ayudar a poner una piedra en el camino de la CICIG, si es lo único que ha funcionado.
El propio presidente Trump lo ha dicho: la ayuda que damos a los países de m… se la comen los corruptos. Y su argumento para revisar los tratados de libre comercio es que esos tratados solo han beneficiado a los de siempre. Sus votantes, justamente, fueron los perdedores.
Guatemala está en un doloroso proceso de transformación, menos comprehensivo que el retorno a la democracia en 1986 y no tan simbólico como los Acuerdos de Paz de 1996, pero más profundo, por quirúrgico. Este proceso de cambio no tiene conducción de elites. Las elites políticas producto de clientelismo, están atrincheradas resistiéndolo. Las elites económicas se han fragmentado entre resistentes, confusos (bajo presión y miedo) e incipientes. Las estructuras sociales más fogueadas (sindicatos) son una clase aparte que aprendió a medrar del clientelismo, y
las estructuras sociales jóvenes son pequeñas y su especialización temática les impide tomar perspectiva global del paisaje.
Guatemala camina en piloto automático y a tientas. Por eso es tan vital para las elites tradicionales y la clase clientelar hacer el cabildeo en Washington y alinear el aparato de relaciones internacionales. Les urge el permiso para escaparse de la máquina de demolición que son los fiscales del MP y los investigadores de la CICIG. Cada día van a seguir intentando mover la frontera de la justicia que los ha cercado, sea acosando a la CICIG, sea insinuando la recaptura del MP.
En ese reino de la confusión y el tanteo, los espacios de diálogo son puertas giratorias, todavía inestables.