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Respuesta: Ríos Montt se entregará a la justicia
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Ubico, émulo de Estrada Cabrera; Ríos Montt, émulo de Ubico (I parte)
A los pocos días, sin haber defendido el supuesto triunfo electoral, el general Ríos Montt salió como agregado militar hacia Madrid, España, en un exilio dorado.
— Eduardo Antonio Velásquez Carrera
Mis compañeros de estudios y yo cursábamos el quinto bachillerato en el Colegio Salesiano Don Bosco, allá por el año de gracia de 1973. Fuimos convidados a asistir a una mesa redonda, que se realizaría en las instalaciones de la Asociación de Periodistas de Guatemala –APG– para discutir los acontecimientos sucedidos en la llamada masacre de Sansirisay, realizada por el Ejército de Guatemala, por una disputa de tierras entre comuneros de Jalapa y El Progreso. Éramos alumnos del Profesor Edgar Palma Lau, quien nos conminó a conocer esos conflictos tan frecuentes en el pasado de la historia agraria de Guatemala. Fue en aquella oportunidad que tuve el primer encuentro con intelectuales de la talla del doctor Carlos Guzmán Bockler, uno de los ponentes invitados. Dicha masacre ocurrió en mayo de 1973, cuando desgobernaba Guatemala el coronel Carlos Manuel Arana Osorio (1970-1974). En dicho conflicto y dados los disturbios los militares tratando de imponer orden, dio como resultado la muerte de varios campesinos y heridos. El jefe del Estado Mayor del Ejército era el general José Efraín Ríos Montt, que fue acusado de la responsabilidad de dicha masacre.
Un año después, siendo ya un estudiante de la carrera de Economía, en la Universidad de San Carlos de Guatemala, una noche de protestas y de denuncias de fraude electoral, se presentaron en los alrededores de la Plaza Rogelia Cruz y en las cercanías del edificio de la Rectoría, en el campus universitario de la zona 12, los supuestos ganadores de los comicios para el periodo presidencial (1974-1978), el entonces candidato presidencial, general José Efraín Ríos Montt y el candidato vicepresidencial, el doctor en Economía, Alberto Fuentes Mohr. En sus respectivos discursos denunciaban el fraude electoral, implementado por la dictadura militar contrarrevolucionaria, que llevaría al poder al general Kjell Eugenio Laugerud García, como presidente de la República y como vicepresidente, al señor Mario Sandoval Alarcón. Pedían los candidatos supuestamente ganadores, el apoyo del estudiantado de la Usac y de la población guatemalteca para que el triunfo en las urnas no fuera escamoteado. Nosotros, los estudiantes de primer ingreso, se nos bautizaba en las lides políticas, oíamos con toda atención las intervenciones de los candidatos hasta que un muchacho mayor se subió en un árbol y arengó en contra de apoyar a dichos supuestos triunfadores. Por su discurso era un miembro de la Juventud Comunista o bien del Partido Guatemalteco del Trabajo –PGT– que no habían apoyado a dicho Frente Nacional de Oposición. A los pocos días, sin haber defendido el supuesto triunfo electoral, el general Ríos Montt salió como agregado militar hacia Madrid, España, en un exilio dorado. Después de haber culminado con éxito mis estudios de Economía, nos preparábamos para mi graduación profesional el 1 de abril de 1982, cuando unos días antes sucede el golpe de Estado del 23 de marzo de 1982. Se decía que había sido preparado y conducido por los llamados oficiales jóvenes, que al final, permiten la integración de un triunvirato, constituido por los generales Horacio Maldonado Schaad, José Efraín Ríos Montt y Francisco Luis Gordillo, del cual emerge como líder de la Jefatura de Estado, el general José Efraín Ríos Montt. Los discursos dominicales del Jefe de Estado eran en realidad de una persona totalmente desequilibrada emocionalmente que no llegaba a comprender su oficio como gobernante de facto y la de un pastor evangélico, dentro de un Estado constitucionalmente laico, desde los tiempos del general Justo Rufino Barrios Auyón. Continuara…
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Ríos Montt: Candidato izquierdista
Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla.
— Danilo Parrinello
El día 12 de febrero del año 2012, publiqué aquí en elPeriódico el artículo titulado “Ríos Montt: Candidato izquierdista”, hoy con la benevolencia de mis lectores lo reproduzco dadas las razones que ahora explico. Primero ante el reciente fallecimiento del General Efraín Ríos Montt (q. e. p. d.) y ya que lo escrito hace más de seis años mantiene vigencia absoluta, es bueno publicarlo nuevamente. En segundo lugar, ante la ignorancia de muchísimos participantes en las “redes sociales” y en la misma prensa formal, y por el rigor histórico creo necesario recordar los hechos tal como sucedieron y no las mentiras, que ahora los improvisados “analistas” o “periodistas” gustan doctoralmente propalar.
Hecha la salvedad anterior presento a ustedes ese viejo artículo:
“Escribo para los jóvenes, los desmemoriados y, sobre todo, para algunos ‘expertos’ nacionales y extranjeros que sin pudor alguno hacen gala de su ignorancia. Así como Álvaro Arzú fue el líder urbano más importante del siglo XX, José Efraín Ríos Montt lo fue del área rural. Liderazgo forjado a lo largo de su vida militar que alcanzó su cima cuando fue el candidato de la izquierda guatemalteca de los años setenta. Ríos nació en Huehuetenango, en 1926. Inició su vida militar en 1944, llegó a ser Director de la Escuela Politécnica, prestigiosa academia donde se forman militares nacionales y extranjeros desde 1873. Culminó su carrera al ser nombrado Jefe del Estado Mayor General del Ejército, el más alto cargo militar, ya que el Ministerio de la Defensa tiene carácter político. Con esos antecedentes, la Democracia Cristiana Guatemalteca (DCG) le ofreció la candidatura a la Presidencia de la República en 1973, época en que la DCG era la izquierda, dentro de la legalidad, en nuestro país, y basaba su ideología en la doctrina social de la Iglesia. La Internacional Demócrata Cristiana ha tenido mucho poder en Alemania, Italia, los Países Bajos, Bélgica, Chile, Venezuela y otros países; no tenía relación con el socialismo. Era un partido político que formaba seriamente a sus integrantes. En Guatemala era un verdadero partido como no lo hay hoy. Ese reconocido militar fue al que la DCG lanzó como candidato presidencial junto con el economista Alberto Fuentes Mohr, quien posteriormente fundó el Partido Social Demócrata y que murió asesinado durante el gobierno de Fernando Romeo Lucas García. El binomio de la izquierda ganó las elecciones por mayoría absoluta, pero no se le entregó el poder por presión del líder máximo del Movimiento de Liberación Nacional (MNL) Mario Sandoval Alarcón, a pesar que el presidente Carlos Arana Osorio sí quería hacerlo. Pasaron los años y el 23 de marzo de 1982, después de que Ángel Aníbal Guevara fuera fraudulentamente declarado presidente, un grupo de militares jóvenes dio un coup d’État contra Romeo Lucas y pidió a José Efraín Ríos Montt, dedicado a su religión y a la docencia, que presidiera la Junta Militar de Gobierno. Todos los guatemaltecos amantes de la libertad y la democracia nos alegramos de ese golpe de Estado. Aclaro, yo no pertenecía a la DCG al MNL o el FRG”.
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El General en su laberinto
Lo bueno, lo malo y lo escabroso.
— Gonzalo Asturias Montenegro
Ríos Montt como gobernante tuvo luces y sombras; y al final, el general quedó rehén de un laberinto del que no pudo salir. Para hablar de ese gobierno, primero situémoslo en el escenario de la época. Frente a los bancos y edificios mayores había toneles para impedir el parqueo de autos, con el objeto de evitar así que los coches bomba destruyeran las vidrieras y las estructuras de las edificaciones. La guerrilla secuestraba, y también mataba a varios centenares de no combatientes cada mes. En su accionar bélico, el Ejército no discernía entre combatientes y no combatientes. Los escuadrones de la muerte tenían derecho de matar. Y, para colmo de males, no había elecciones libres, sino manipulación de los votos. No había alcalde en 29 municipios, y en el área de mayor conflicto no operaba el 18 por ciento de las escuelas ni el 23 por ciento de los centros de salud. Habían sido asesinados dos rectores de la Usac, el presidente del Cacif, tres embajadores, 18 periodistas, 12 sacerdotes y religiosos, 81 abogados muchos de ellos jueces. La situación era del carajo.
Ahora veamos a vuelo de pájaro lo bueno, lo malo y lo escabroso del gobierno de Ríos Montt, y su laberinto. Comienzo por lo más fácil que son las luces. Me referiré a tres de ellas.
1.- En el gobierno de Ríos se fraguó el actual andamiaje político y electoral, más avanzado que el de la propia Revolución de Octubre, y también se juramentó al primer Tribunal Supremo Electoral. 2.- De un plumazo se suprimieron los escuadrones de la muerte. Por falta de espacio, no puedo aportar las estadísticas al respecto, pero cito el informe de una comisión de la OEA: “Con el desmantelamiento de esos grupos paramilitares, los que operaban principalmente en el área urbana, se ha aliviado considerablemente la violencia en la Ciudad de Guatemala y los otros centros urbanos principales”. 3.- bajo el lema de No robo, no miento, no abuso, los funcionarios y empleados públicos juraron comprometerse dentro de una eficaz campaña contra la corrupción.
En cuanto a las sombras señalo dos: 1.- el nombramiento de Jorge González como presidente del Banco de Guatemala, un tecnócrata keynesiano empecinado en mantener la paridad con el dólar, que causó un daño irreparable a la economía del país; y 2.- los mensajes moralizadores dominicales, porque en un Estado laico, ello no compete al gobernante sino a los padres y a los pastores religiosos.
Veamos ahora el tema escabroso de las masacres. En su imaginario, y así lo hizo ver en su primer mensaje, “ya no habría cadáveres en las cunetas” porque atacaría militarmente a los combatientes y llevaría a los tribunales a guerrilleros y colaboradores bajo cargos de sedición. Como ningún juez condenaría a un guerrillero, porque con ello firmaba su sentencia de muerte, creo tribunales con jueces sin rostro. ¡Considero mejor juzgarlos en vez de ejecutarlos extrajudicialmente!
Como el Ejército, enfrascado en la guerra, no estaba interesado en el juzgamiento de los insurgentes, en un improvisado mensaje dominical, Ríos expresó: “ ¿Qué puedo hacer yo con el subteniente que no puede entender una orden que le digo que no debe matar sino que hay un procedimiento para juzgar”. En ese laberinto, Ríos ordenó que los oficiales y la tropa llevaran una media cuartilla, con un código de ética de doce puntos, para que así todos supieran el nuevo accionar militar, en el cual se obligaba a respetar a la población civil de la que no deberían tomar “ni un alfiler”. Como sus directrices seguían sin cumplirse, aceleradamente lanzó el programa Frijoles y Fusiles, para llevar alimentos a los campesinos que en el escenario de la guerra se morían de hambre. Los frijoles deberían representar el 80 por ciento del esfuerzo y los Fusiles el 20. Y pidió que el Ejército no fuera de ocupación sino de integración con la población, para unidos combatir al enemigo común que era el hambre, la falta de salud y de educación. En parte, esto explica porqué en elecciones de nuestra era democrática, en el área de guerra, incluyendo la de las masacres, Ríos Montt obtuviera más votos que Rigoberta Menchú.
Ríos decretó amnistías para guerrilleros y colaboradores, y con las nuevas leyes políticas y electorales les abrió el campo para su futura participación política y electoral. Y así fue.
Como no tengo espacio concluyo. El general se vio envuelto en un laberinto del que no pudo salir porque la mayor parte del Ejército no entendió su propuesta y apuesta (y sigue sin entenderlo ahora). En alguna ocasión, escuché decir a Ríos que el Ejército le había ocultado información. Finalmente, como estorbaba, Ríos fue sustituido por su ministro de la Defensa.
Para una evaluación balanceada, invito a leer los mensajes públicos de Ríos y los informes de derechos humanos de la ONU y la OEA y los documentos públicos y desclasificados del Departamento de Estado norteamericano.
Finalmente, cito a Edgar Gutiérrez, un político de izquierda reconocido en el país, que esta semana escribió: “ No dirigió la guerra contrainsurgente y probablemente no ordenó las masacres y el arrasamiento cruel de cientos de aldeas, cobrando la vida de decenas de miles de civiles no combatientes, incluyendo niños, ancianos y mujeres. Pero las toleró y les dio cobertura”.
Uno fue el país que recibió Ríos Montt y otro muy distinto el que entregó 504 días después. De Ríos Montt aún hay mucho que escudriñar (lo cual no le interesó realizar a la jueza Yassmín Barrios, más preocupada por reunirse, en un céntrico hotel capitalino, a comentar su fallo judicial con financistas y activistas de derechos humanos extranjeros aparentando ser juez y parte); y, en absoluto, está dicha la última palabra.
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